Sunday, June 03, 2007

Manual para marchar en paz y llegar feliz

"Varias palmeras solitarias esperaban su fin. Aparecieron unos trabajadores sudorosos y, como diligentes hormigas, cavaron trincheras alrededor de cada árbol hasta desprenderlo del suelo. Los esbeltos árboles aferraban puñados de tierra seca con sus delgadas raíces. Se llevaron las palmeras heridas hasta unos hoyos preparados en otro lugar, y allí las plantaron. Los troncos gimieron sordamente, las hojas se cayeron en hilachas amarillas y por un tiempo parecía que nada podría sacarlas de tanta agonía, pero son criaturas tenaces. Una lenta rebelión subterránea fue extendiendo vida, mezclando los restos de su antigua tierra con el nuevo suelo. En una primavera inevitable amanecieron las palmeras agitando sus pelucas y contorneando la cintura, vivas y renovadas, a pesar de todo." (fragmento - Isabel Allende)

Esos puñados de tierra que llevamos los des-terrados enredados en las raíces son el tipo de cosas de las que hablé en otro post titulado "Identity Care". Mis puñados de tierra son la costumbre de tomar mate por las tardes (y de ahí la necesidad de alguien con quien compartirlo), la manía de tocar 4-40 cuando lavo platos o limpio la casa, la habilidad para hacer el repulgue de las empanadas argentinas, la debilidad por el plátano en tentación y el arroz con guandú y coco panameño, entre muchos otros pedacitos de identidad-tierra, de "cosas bellas", de patria móvil, de hogar portátil.

La tierra propia entre las raíces nos ayuda a crecer nuevas hojas y ramas en un clima y latitud diferente a los que nos son autóctonos. Y los latinos somos, de por sí, eficientes constructores de invernaderos. No nos basta con adaptarnos a un país al que no podemos llamar patria, sino que hacemos lo posible y lo imposible por transformar nuestro nuevo hogar, por hacerlo nuestro, más parecido a casa. Y Miami es, probablemente, el mejor ejemplo. Allende declara que la nostalgia nos pisa los talones y Blades insiste en que todos, tarde o temprano, volvemos a la tierra en que nacimos.

En Miami, convivimos más inmigrantes, desterrados, exiliados, asilados, fugitivos, inconformes, desesperados, aventureros y curiosos hispano-hablantes que gringos que están aquí no por elección, sino por que aquí nacieron. En el año que llevo viviendo en este "melting-pot" de ciudad, he conocido una sola persona que haya nacido aquí. Lo que sí he conocido han sido argentinos, colombianos, cubanos, venezolanos, puertorriqueños, dominicanos, peruanos, brasileros, hondureños, y todo lo demás. Hay algo especial en la manera en que, estando acá todos mezclados y revueltos, vamos aprendiendo a identificarnos como latinos, mas allá de las fronteras y costumbres de nuestros países particulares. Constantemente adoptamos los unos las expresiones y platos de los otros. Si hay algo que aprendí en E.U., y en especial en esta isla de forasteros, fue geografía latinoamericana! Y además, a diferenciar el acento de un Bogotano del de un Barranquillero del de un paisa; el de un hondureño del de un salvadoreño; el de un Mexicano del DF del de uno de Sinaloa de uno de Yucatán. Aprendí que el ceviche peruano no es el mismo que el panameño, y que las empanadas chilenas son de harina de trigo mientras las colombianas son de maíz.; que los Cubanos toman colada y los venezolanos tinto; que los del trópico bailan salsa y los del sur no, pero que todos jugamos fútbol.

En Mi País Inventado, Isabel Allende acierta: "Al comparar aquella experiencia de exilio con mi actual condición de inmigrante, veo cuan diferente es el estado de ánimo. En el primer caso uno sale a la fuerza, ya sea escapando o expulsado, y se siente como una victima a quien le han robado media vida; en el segundo caso uno sale a la aventura, por decisión propia, sintiéndose dueño de nuestro destino. El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas; el inmigrante mira hacia el futuro, dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance."

Pienso yo que tanto a exiliados como a emigrantes "la tierra nos duele en medio del alma", como dice Gloria Estefan en aquella canción "Mi Tierra" que suena bailable pero trivial hasta que uno la escucha lejos y con ganas de estar en casa, y tiene que cantarla a voz en grito para no llorar. La razón, entonces, por la que cito ese párrafo es porque, quizás y hasta cierto punto, todos los que vivimos fuera de nuestro país tenemos nuestra porción de desterrados y de inmigrantes. Es cuestión, entonces, de perspectiva, de porcentajes, de puntos de vista, de vasos medio llenos en vez de medio vacíos. En mi opinión, la mejor manera de vivir el presente, aún estando lejos, es adoptar la actitud del que está donde está por decisión propia, del que hace de tripas corazón y aprovecha, del que ve la vida como una aventura. No soy, para nada, partidaria de olvidar el pasado, ni mucho menos de negar los orígenes. De hecho, y si no lo saben, pertenezco a la casta de esos latinos tremendamente orgullosos de serlo, y vivo preocupada por la confusión de identidad (y la perdida del idioma!) de los jóvenes hispanos de segunda generación en E.U. Pero, no se puede negar que, la tierra con la que uno comparte el secreto idioma de la infancia (para citar, también, a Maria Elena Walsh y a Mercedes Sosa) le tira a uno de las entrañas. León Gieco tilda de desahuciado a todo el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente, y no se equivoca. Sin embargo, hay que cultivar las raíces, con amor y con lealtad, no con desdicha. Hay que contemplar el pasado más como oportunista que como victima, para que el futuro no se nos venga encima "sin haber hecho lo suficiente."