Thursday, November 23, 2006

Desde Miami - Capitulo 3: DIME CON QUIEN ANDAS Y TE DIRE QUIEN ERES


Hay una canción de Elton John, Tiny Dancer, con la cual siempre me he, o me han, identificado que presagia "you'll marry a music man." Yo no me he casado, pero me gustan los músicos, atraigo músicos, vivo con músicos, me enamoro de músicos. Y es verdad, que sería de la danza sin la música? Cierto que hay algunos avantgardistas que pretenden que el movimiento es suficiente en sí mismo y arman coreografías sin música, pero yo no estoy de acuerdo. Por lo tanto, no me molesta, me gusta, que en el apartamento en el que vivo haya más instrumentos musicales que muebles y más grabaciones de música (CDs, cassettes, discos, videos, etc.) de lo que jamás ha habido ni habrá comida. El apartamento, ubicado a cuadras de la playa, bautizado cariñosamente La Solagozadera y cuyo slogan es, según Cris, "bienvenidos a mi mundo, acá no hay de todo, pero de lo que hay no falta nada," más que el apartamento de nadie es una propiedad pública, una casa comunal. Le gente entra y sale cómo se le da la gana a cualquier hora del día o de la noche. Siempre hay alguien durmiendo en el sofá, y es común que cuando se acaban los espacios acolchonados los cuerpos tapicen el piso. Lo peor que puede pasar es que no haya nadie que tenga cigarrillos ni nadie que venga en camino para pedirle que traiga alcohol. Sobran notas, ritmos y acordes de improvisación colectiva; poesía para leer; aventuras para contar o escuchar; carcajadas y pasiones, placeres e intoxicaciones. Lo que si no existe entre esas cuatro paredes es privacidad. Pero no me quejo, I like the communality y las incomodidades de La Solagozadera. Sometimes I long to live by myself in a clean apartment con vista al mar, but must of the time I like living the struggle. Living at the beach can be a bitch, because of the isolation (sobretodo cuando el transporte se limita a bicicletas y buses). Es bastante simple, en South Beach no hay Walmart, so you gotta do with what you have. Cris, que por chileno le cayó el titulo de dictador de la casa, ha creado una sola ley: "En esta casa está todo permitido, menos enamorarse." Por cierto que el otro día tomándome una colada en el Cubanísimo se me acercó un borrachito, me recitó una poesía, y luego me dijo, en tono de declaración de independencia o juramento a la bandera, "Yo no me enamoro." "Me parece muy bien, se ahorra dolores," le respondí yo - yo que no hago otra cosa que enamorarme (con o sin dolores, pero siempre de buena gana, por que, como diría la Chilindrina, lo que pasa es que sucede que acontece que yo nunca quiero más de lo que quieran darme.) Eso sí, yo estoy orgullosa de llamar a mis amigos míos, porque mientras yo volaba al sur a empaparme de tango y cagarme de frió en Buenos Aires, ellos se fueron al norte, a morirse de calor y esparcirse por los nuyores (New Jersey, Connecticut, Manhattan, Queens,) no con travelers' checks, sino con pulseras, tobilleras y cinturones de semillas pa' vender en los conciertos y la calle, con guitarras, bajo, platillos, redoblante, y esperanzas de ganarse si no la vida al menos la cena a punta de música y sombrero en el subway; no con hotel reservations, sino con números de teléfono (de amigos, familiares, amigos de familiares, y familiares de amigos.) Se fueron a alabar a la vida, representada en New York (Our Lady of the Subways) por medio de rituales tan intensos como concierto de Manu Chao, y tan dispares como Calle 13 y Cerati. Aparte de los instrumentos, llevaban algo de ropa, y los neceseres básicos: condones, cuerdas de guitarra y cepillo de dientes (en orden de importancia.)

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